Gobierno de la ciudad
- Acciones de Gobierno
- Pleno
- Junta de Gobierno
- Comisiones de Gobierno
- Alcaldía
- Pleno
- Gobierno
- Gobierno Municipal
- Grupos Políticos
- Relación de Puestos de Trabajo
- Agendas
Cieza.es | 3 de junio de 2020 a las 13:52
Para Joaquín Gómez Camacho (Cieza, 1923), conocido como Guillermo del Madroñal, la patria chica no es solo el lugar de nacimiento. Es donde un día tendrá que morir y recibir sepultura. Es el centro de gravedad, el corazón y el alma, el principio y el final. Quien ama su tierra natal como este nonagenario ciezano solo aspira a contagiar ese amor a sus familiares y vecinos. Y es que sentía fascinación por su pueblo cuando era joven y sigue teniéndola de anciano. Evocar lo vivido es la pasión de este hombre sin estudios, pero licenciado en esa gramática parda que dan los años y el sentido común. Pasar un rato con él es hojear ese libro abierto que representan los mayores para la sociedad. Y es que no es posible el crecimiento humano sin un contacto fecundo con los ancianos. Camina con bastón, no necesita gafas, recita coplas de memoria y disfruta narrando mil y una historias que ha ido acomodando en su cabeza. Hay personas que hacen de su trabajo una manera de entender la vida, capaz de dejar huella en todo lo que realizan. Él cree que lo cotidiano puede ser especial. A menudo ve sus narraciones como una colección de momentos vividos. Mientras escribía escuchaba a través de la palabra el sonido de la vida: el campo era su casa, su familia. En su infancia fue ese hombre sin numerar que se entrega a la aventura de vivir.
Hace mucho tiempo, a los ocho años de edad, supo por primera vez lo que era sentirse asombrado ante algo. Le sucedió en las inmediaciones de la Casa del Madroñal, donde vivía con su familia. Era 1931 y a menudo se ocupaba de ir a por agua al manantial en la falda norte de la Sierra del Oro. Era la primera vez que subía solo a este lugar situado a escasos cien metros de la fuente. El pozo de la nieve era muy peligroso, le advertía su padre, como un precipicio artificial. Aquel día se atrevió a salvar el último tramo de ascensión del camino con actitud tentativa del ahora o nunca. Se asomó al interior y quedó asombrado. En ese instante sintió que su vida cambiaba. Intentó decir algo ante aquella primitiva construcción que data del año 1600, pero no le salieron las palabras. Aún no sabía poner nombre a aquella sensación. A partir de aquel momento habría de sentirse asombrado muchísimas veces en la que ha sido una vida larga y fructífera, en buena parte posibilitada por mantener intacto su capacidad de asombro ante las cosas de la vida. Así empezó todo. Y así lleva toda la vida, huelga decirlo.
En los años siguientes, como todos los niños de su época que no pudieron ir a la escuela porque trabajaban, se aficionó a leer y a escribir, a aprender de su padre y, sobre todo, a escuchar a las personas mayores. También oía conversaciones de los adultos desde su habitación, que luego retenía. Algunos fines de semana de su adolescencia bajaba al pueblo y echaba a andar. Observaba las casas, las tiendas, las escenas de vida cotidiana, las costumbres de los vecinos. Imaginaba la vida de aquellas personas. Cada calle de Cieza era un mundo al mismo tiempo familiar y remoto. Aunque aún no lo sabía, ya estaba formándose como narrador, descubriendo historias sobre su pueblo y sus moradores. Ya no tiene ocho años, ni dieciocho. Tiene noventa y seis. Y si cada vez le cuesta más asombrarse ante el pueblo que le dio la vida no es por la nostalgia. La vida se compone de luces y sombras, y es necesario buscar el equilibrio para avanzar y seguir creyendo en el ser humano. La memoria de Guillermo del Madroñal es un haz de luz iluminando las sombras más espesas: las suyas y las nuestras. No se cansa de indagar. Recuerda y cuenta.
Hombre adusto, de avanzada experiencia y con expresión dulce, en aquel momento de hace catorce años -coincidiendo con la presentación de su libro 'El madroñero y la piedra del gallo' -costaba imaginar que ese modesto escritor acabaría siendo homenajeado con motivo del vigésimo aniversario del Museo Siyâsa. Empieza hablando suavemente, pero con firmeza. Directo, no lee ningún apunte ni chuleta. Con las manos entrecogidas, el rostro encendido repentinamente y la voz apasionada, hablaba a Radio Cieza Emisora Municipal de su última publicación, un conjunto de historias que "han sido escritas por este humilde labriego y que son fruto del noble ejercicio de escribir. Desde que tuve uso de razón no he parado de hacerlo, desde una infancia dura, cosa cotidiana en los campos. No lo hacía por distracción para pasar el tiempo, sino para aprovecharlo, pues merece la pena dejar constancia de aquellas cosas que sucedieron y que un día será grato leer". Quienes le conocen se quedan estupefactos, pues su trayectoria personal y narrativa le ha valido la admiración y el respeto de sus vecinos.
Guillermo del Madroñal cuenta al entrevistador que goza de buena salud, y su memoria parece prodigiosamente intacta. Quienes tuvimos la suerte de asistir a la presentación aún recordamos con emoción el momento. Fue un gran éxito, no solo por la afluencia de público, sino también porque sus palabras llegaron al corazón de cada uno de los asistentes. Con su manera de comunicar, reposada, cálida y llana, llevó al auditorio de paseo por su vida, desde aquellos inicios en su Casa del Madroñal, donde despertó su curiosidad por la vida y sus cinco sentidos parecían poco, hasta sus largos años en el servicio militar. Atrás dejaba el que fuera su hogar durante dieciocho años, un lugar anclado en el tiempo donde siempre mantuvo un estrecho vínculo con la naturaleza. Su pericia le permitía saltar directamente de una historia a otra. "He visto Cieza entera, no tal y como es hoy, sino como era hace ochenta años", dice. Sus recuerdos son tan vastos como su experiencia. Y como todo relato verídico, para pervivir necesita a quien lo vive y lo revive a través de la historia que relata. Es el narrador oral quien establece esa relación.
De talante extrovertido, Gómez -quien se autodefine como un labriego- prefería la compañía de sus tres abuelos a la de los niños de su edad: Joaquín Guillermo y Antonia, por parte paterna, y Miguel, por parte materna. "Lamentablemente, mi abuela Piedad murió a los 25 años de edad a causa de una pulmonía cuando yo todavía no había nacido, pues en 1890 se desconocían los medios para combatirla. La pobre mujer dejó tres hijos de corta edad, entre ellos mi madre, que por desgracia no la conoció", explica el entrevistado, quien se encoge de hombros y admite: "Así es la vida". La vida era totalmente distinta en la compañía de ellos. Y es que utilizaba sus enseñanzas cargadas de sentido común para adaptarse a la dureza del campo y la injusticia de la época que le tocó vivir. A pesar de la serenidad que muestra al contar estas vivencias, Joaquín asume los sinsabores de la vida con una resignación solo atenuada por su característica modestia y sencillez. Los relatos pueden ser contados o leídos durante años, pero el instante en que fueron compilados se desvanece bruscamente en el pasado.
Gracias al esfuerzo que demostró Guillermo del Madroñal por compilar los acontecimientos y las vivencias que presenció o que le contaron, las historias no han caído en el olvido: el encuentro de viejos compañeros excombatientes de la guerra colonial de África, el choque del tren con un camión cargado de explosivos en el paso a nivel de Los Prados, los leñadores de Cieza y sus penalidades o la taberna de Peperre y su carro. Tiene a orgullo plasmar las historias con la mayor fidelidad posible. Recordando un episodio que vivió a la edad de diez años, a finales de julio de 1933 apuntaba que el "automóvil del conocido Pepe el Chapa llegó a la finca con tres pasajeros, entre ellos el alcalde Félix Templado. Yo, sin acercarme a ellos, cosa que mi padre me tenía prohibido, oí cómo le decían que tenían permiso de la dueña de del Madroñal para instalar un campamento improvisado con tiendas de campaña, con el fin de dar unas vacaciones a los escolares de Cieza". Es el inicio del relato incluido en la publicación anteriormente citada. Quienes lo recuerdan opinan que es muy veraz. Y es que pone todo su empeño en que así sea, habida cuenta que la fidelidad a la realidad es, a su modo de ver, la primera de sus metas.
De la mano de él salieron todos los contenidos de 'Mozos y labradores', incluido en la Revista de Antropología Murciana Número 1 que, editaba por la Universidad de Murcia, trata de la vida y las costumbres en los campos de Cieza. La brevedad, por lo común, de los textos ayuda a la lectura. Hoy en día muchos ciezanos piensan que Joaquín Gómez Camacho es el gran narrador oral de su ciudad. No está de más difundir ese sentimiento común en muchos de sus vecinos. Que se aproveche el vigésimo aniversario del primer museo de Cieza fue motivo suficiente para que se le hiciera un homenaje el 12 de mayo, por la tenacidad biológica y por esa portentosa memoria y claridad de lenguaje a su servicio. El acto se convirtió en motivo de orgullo para sus familiares y amigos. Al eco de los aplausos y la gratitud se une ahora el de las palabras de Ramón de Garciasol: "Quienes no saben qué es sentarse a la luz de la conciencia tranquila y contemplar los paisajes del tiempo o del pensamiento no pueden asegurar que han vivido valiosamente".